Benajmín G. Rosado
Hay historias de amor que, en su empeño por trascender fronteras y culturas, terminan estableciendo su propia geopolítica de los afectos. Nada hacía presagiar que la pianista china Yuja Wang (37) y el director de orquesta finlandés Klaus Mäkelä (28) fueran a protagonizar uno de los romances más sonados de la música clásica. Se conocieron en noviembre de 2022 a través de unos amigos y la química no tardó en hacer efecto: primero en las salas de concierto y, más tarde, en los despachos, donde los ejecutivos de las poderosas agencias que los representan empezaron a frotarse las manos ante el advenimiento de una entente artística tan rentable como incompatible.
Wang es puro fuego, más yang que yin: enérgica, vibrante, explosiva. Lo dejó claro en su primer disco para Deutsche Grammophon, allá por 2009, y desde entonces no ha dejado de sorprender a los melómanos con su particular forma de reinventar la tradición mozartiana, de llevar al límite las posibilidades expresivas de Beethoven y hasta de reivindicar a Rajmáninov con las tropas rusas desplegadas en Ucrania. En su última gira española con la Mahler Chamber, con parada obligada en el Teatro Real, se atrevió incluso a dirigir desde el piano el Concierto en sol de Ravel. No importa que la etiqueta de los conciertos exija minifaldas menos minis que las que acostumbra en los escenarios, donde desfila con vestidos de Miu Miu, Cavalli y Chanel sobre afiladísimos tacones de Prada y Louboutin, inmune ya a los comentarios de quienes consideran inapropiados, o incluso infartantes, sus coloridos looks.
Hija de un percusionista y una bailarina, Wang forma parte, junto a Lang Lang, Yundi Li y Wu Qian, del famoso dream team que en la última década y media ha despertado un inusitado apetito por la música clásica entre el público más joven del gigante asiático. Wang salió de China a los 14 años para estudiar música en Canadá y más tarde en el Instituto Curtis de Filadelfia. Se convirtió en una celebridad mundial en 2007, cuando el maestro Lorin Maazel la fichó para una gira por Japón y Corea con la Filarmónica de Nueva York, donde vive desde entonces a contracorriente, "hastiada", dice, de las consignas del movimiento #MeToo que acampa de tanto en tanto a las puertas del vecino Lincoln Center para pedir alguna cabeza en bandeja de plata.
Mäkelä es hijo del hielo. Nació en Helsinki, durante uno de esos inviernos que permiten caminar sobre las aguas del Báltico, en el seno de una familia de músicos. Lo que explica que, con tan solo 12 años, fuera apadrinado por Jorma Panula, maestro de maestros como Esa-Pekka Salonen y Jukka-Pekka Saraste, para dar continuidad a una insólita generación de directores llamada a heredar los grandes podios. El rápido ascenso de Mäkelä (que a sus 28 años es titular de la Filarmónica de Oslo y de la Orquesta de París y que, a partir de 2027, compaginará la dirección de la Sinfónica de Chicago y la Concertgebouw de Ámsterdam) obedece a criterios musicales, eso sí, favorecidos por la buena percha de quien podría ganarse la vida como modelo de pasarela.
A principios de este año, las agendas de Yuja Wang y Klaus Mäkelä sufrieron varios cambios de última hora, precisamente en los conciertos donde debían coincidir en calidad de director y solista invitada. Tras varios meses de rumores en foros de internet, las peores sospechas se confirmaron cuando el músico finlandés y la intérprete china dejaron de seguirse al mismo tiempo en redes sociales. De nada sirvieron las súplicas de sus fans para una reconciliación, al menos artística, a la manera de Charles Dutoit y Martha Argerich (también director y pianista quienes, tras un inesperado divorcio, siguieron compartiendo escenario): al parecer, el corto noviazgo de Wang y Mäkelä había sido demasiado pasional e intenso como para volver a verse las caras en una sala abarrotada de testigos.
El pasado mes de julio, Mäkelä dirigió un par de conciertos en el Palacio Carlos V como cabeza de cartel del Festival de Granada. No concedió una sola entrevista. Sus exquisitas versiones de la Noche transfigurada de Schoenberg y la Cuarta de Mahler reafirmaron su doble condición de golden boy de la música clásica y digno heredero de Riccardo Muti en tierras americanas. Unas semanas más tarde, el 9 de agosto, Wang visitó el Festival de Santander. También ella evitó las preguntas de la prensa, pero saltaba a la vista que no se encontraba en su mejor momento y hasta le costaba sonreír, lo que por supuesto no le impidió cautivar al público con un programa que abarcó todos los estados de ánimo: de la atmósfera luminosa, casi alegre, de los Juegos de agua de Ravel al arreglo del segundo movimiento del Cuarteto nº 8 de Shostakóvich, que Wang tocó como si todo ese dolor que el compositor ruso volcó en la partitura no le fuera ajeno.